Ingeniero trabajando en mediciones del suelo

¡Al diablo con las promesas! Queremos menos politiquería y más hechos reales

La administración Distrital de Bogotá está en deuda con el objetivo de mejorar la calidad de vida de los capitalinos y ya es hora de saldar esta deuda. Dudo en equivocarme que, somo muchos los que soñamos y queremos menos politiquería y más hechos reales en la ciudad.

Durante la última década se han llevado a cabo sendos esfuerzos que han involucrado millonarias inversiones de carácter público para generar planes y políticas en las diversas dimensiones del ejercicio de gobierno en Bogotá. Según la Secretaría Distrital de Planeación, existen 16 planes maestros vigentes que incluyen diagnósticos, indicadores de seguimiento, metas, cronogramas y presupuestos de proyectos específicos en los temas de abastecimiento y seguridad alimentaria, acueducto y alcantarillado, bienestar social, cementerios y servicios funerarios, culto, cultura, defensa y justicia, deporte y recreación, energía, equipamientos de salud, equipamientos educativos, espacio público, gas natural, movilidad, residuos sólidos, seguridad y telecomunicaciones.

Todo esto sumado al plan decenal de descontaminación del aire y a las políticas distritales de ciencia, tecnología y educación, eco-urbanismo, hábitat, infancia, adolescencia y juventud, entre muchas otros aspectos.

A pesar de esto, según documentación de la iniciativa ‘Bogotá, cómo vamos’, la ciudad y su administración siguen en deuda en el cumplimiento del objetivo de mejorar la calidad de vida de los habitantes. Con un coeficiente de Gini superior a 0,5, seguimos ocupando un penoso puesto entre los centros urbanos más inequitativos de la región. A pesar de los logros en cobertura y gratuidad, la calidad de la educación pública ocupa los últimos lugares entre quienes se someten a las pruebas Pisa y es inferior a lo observado en otras ciudades del país con menor capacidad de inversión.

No obstante el dinamismo del que hemos disfrutado en tiempos recientes y si bien la capacidad adquisitiva promedio ha mejorado, la economía y el empleo siguen basándose, en gran parte, en arreglos y empresas informales.

Enmarcada en una tendencia nacional, la tasa de homicidios va a la baja, pero hemos fracasado en victimización, percepción de seguridad y, en particular, en lo referente a violencia interpersonal y violencia intrafamiliar. Lo anterior, sumado al creciente número de muertos y heridos en accidentes de tránsito, parece evidencia de que la institucionalidad pierde la batalla contra la criminalidad y el mal comportamiento ciudadano. Hablando de movilidad e infraestructura, es difícil resumir en un par de indicadores el consolidado retroceso y lo lejos que estamos de cumplir con metas de calidad del servicio y sostenibilidad en los modos de transporte.

La explicación de estos resultados no es trivial y seguramente obedece a una combinación de diversos factores que incluyen, entre otros, una mala gerencia pública, la carencia de un modelo de ciudad de largo plazo y el abandono del concepto de construir sobre lo construido. En dicho sentido, y en el contexto de la actual campaña electoral, quisiera hacer un llamado para que quienes aspiran a gobernarnos se obliguen a romper este círculo vicioso y que, en lugar de llenar nuestras mentes de más promesas y politiquería, asuman la responsabilidad de hacer valer las normas existentes y seguir los planes ya establecidos, que de alguna manera integran las propuestas y visiones de varias alcaldías con el fin común de brindarnos hechos reales.

Así también nos ahorraríamos desilusiones que en los últimos años dan cuenta del incumplimiento de miles de nuevas viviendas subsidiadas, nuevas troncales de TransMilenio, el metro, cables y trenes de cercanías, la modernización del transporte público, la construcción de decenas de colegios y de centenares de centros de primera infancia, los nuevos escenarios culturales y deportivos, la organización de los vendedores ambulantes, la ALO, la limpieza del río Bogotá y el corredor verde de los cerros orientales. ¿Qué tal si la promesa es no prometer nada por 10 o 15 años y nos dedicamos a medir y valorar a nuestros gobernantes por el cumplimiento de las metas en los planes y políticas existentes?

Publicado en El Tiempo.com

Eduardo Behrentz